sábado, 3 de mayo de 2008

(sin titulo por el momento)



Había una excusa, ahora no recuerdo muy bien cúal. Y tu espalda al subir las escaleras, al llegar a tu entrada, al traspasar tu puerta. Tu casa apestaba de cosas tuyas, sobre todo de tu olor, pero que en algún momento fueron mías, que en algún momento creí que eran mías y también estabas vos.
Una sonrisa a tu mano gigante de tela, un guiño a tu espejo, a tus libros, a tus cd's... había tanta complicidad. Vos te escondias en el baño, en el único lugar no visible de tu monoambiente. Te espere sentada en la cama, como tantas veces...

Mire para todos lados, tus guitarras, tu computadora.

Estas sentado sobre el piso, cerca de la cama. Tu perfil como un filo de cuchillo oxidado, sin brillo y el mestizaje sobre tu faz. Eres hombre, eres mujer, tan pequeño, tan poderoso, sabes como mirarme, como sonreirme para que me olvide de todo.

Pues tus labios no contienen la mejor de las formas, no se extiende la magía por una cuestión de dimensiones... el poder proviene del nectar, de las curvas que realizas hasta acercarte a mi cuello. De la forma que exiges, de la forma en que me sostienes, de la música, de tu respiración cercana, de tu pecho latente. Es la sumatoria y algo más, lo que me convierte en víctima.

Lo recuerdo tan bien y ese roce inocente es el comienzo del ritual. Mi espalda es rigida, mis pies se ponen duros, sigo callada, con arrugas en la frente y el pelo atado. Lo pienso unas cuantas veces antes de decirlo, debo tener una voz espesa, firme, para sentir que puedo ocultarte mis dudas. Y hasta que al fin aparece: "Me voy", te digo. No decis nada, agarras las llaves y bajamos las escaleras. Abris la puerta, la sujetas con la mano. Sin acercarme, con velocidad para no arrepentirme, cruzo la puerta, me doy vuelta, sonrio y te digo: "gracias".